Viena, noviembre de 1823. En plena noche, un viejo clama una confesión asombrosa: ¡Perdona, Mozart, perdona a tu asesino! Este fantasma, es Antonio Salieri, antaño músico famoso y compositor oficial de la Corte. Desde la infancia, se había consagrado por completo al servicio de Dios, comprometiéndose a través de su música, con un trabajo incesante. Como premio de sus sacrificios innumerables, reclamaba la gloria eterna.
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